
Hoy en día, los gatos son posiblemente los animales más queridos en el mundo. Es difícil imaginar un momento en que los gatos no fueran universalmente amados y adorados.
Sin embargo, en Europa occidental, durante la Edad Media, el humilde gato fue una de las primeras víctimas de la Inquisición medieval temprana.
Los gatos eran vistos como un símbolo de brujería, e incluso como la encarnación del mismo Satanás.
Donde antes estas criaturas habían sido animales domésticos comunes, ahora se las consideraba peligrosas y demoníacas.
Fueron rechazados, perseguidos y asesinados por personas que temían al diablo, de modo que poco a poco los gatos negros se vieron perseguidos por su asociación de color con la noche, con lo oscuro y con el medio en que el diablo se colaba en sus vidas.
La diosa egipcia Bast estaba representada por un gato, al igual que la diosa griega del inframundo, Hécate.
De modo que la fuerte presencia de gatos en las religiones precristianas los posicionó como incompatibles a las creencias cristianas. Además, los gatos a menudo se describían como criaturas crueles y vengativas que no podían ser domesticadas como otros animales domésticos.
A finales del siglo XII, nos encontramos con que muchas personas comenzaron a creer que matar o torturar a un gato negro era un buen método para romper hechizos y maldiciones, lo que aun los hizo más vulnerables.
Aunque la población de gatos disminuyó radicalmente, no fueron eliminados por completo, y poco a poco conforme la ignorancia se fue combatiendo, también la población de gatos se fue recuperando.
De modo que muchas brujas, ahora elegimos tener un gato negro, como compañero de camino en nuestras vidas y oficio; por rebeldía, reivindicación y justicia, en honor a todas las brujas y gatos que fueron masacrados como resultado de la ignorancia humana.
Imagen: Aránzazu Mata @zazu.fotografia